El ámbito laboral es uno de los espacios donde se encuentran más vulneradas las mujeres, quienes generalmente se enfrentan a diversas dificultades para acceder a cualquier puesto que implique mejores sueldos.
A ellas se suelen reservar los trabajos más precarios, un ejemplo de esto es la industria indumentaria, donde, aunque la mano de obra femenina representa al 80 % del total de personas trabajadoras -según datos de La Círcula-, se les asignan las labores manuales con los sueldos más bajos, mientras que las gerencias son ocupadas por hombres.
Esto se repite en todas las industrias, ya que es un problema sistemático. De ahí la importancia de asomarse al ámbito laboral desde la perspectiva de género.
La académica Josefa Montalvo Romero explica que “la perspectiva de género puede entenderse como un punto de vista a partir del cual se visualizan los distintos fenómenos de la realidad (científica, académica, social o política), que tiene en cuenta las implicaciones y efectos de las relaciones sociales de poder entre los géneros masculino y femenino”.
El análisis desde una perspectiva de género posibilita el entendimiento de la subordinación social de las mujeres y da paso a la desnaturalización de hechos que, generalmente, son explicados como algo normal.
Por ejemplo, se dice que lo “normal” es que las mujeres absorban por completo los trabajos del hogar. Ahora se sabe que no debería ser así y que esto responde a discursos patriarcales profundamente enraizados en la cotidianidad. Y, justamente, es la perspectiva de género de la mano con el feminismo la que permite señalar todos estos dispositivos de poder creados para ejercer control, específicamente sobre las mujeres.
Igualdad en el trabajo
Una de las muchas aspiraciones, al acercarse a las problemáticas laborales desde una perspectiva de género y feminista, es encontrar los diferentes puntos que deben modificarse para lograr que las mujeres accedan a las mismas oportunidades que sus compañeros varones.
Es importante mencionar que la exigencia de igualdad en el ecosistema laboral se ramifica en tres principales aspectos: igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades e igualdad de participación.
Las violencias reservadas para las mujeres
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2021 ―que se llevó a cabo del 4 de octubre al 30 de noviembre de 2021― al menos 7.9 millones de mujeres en México han vivido violencia en sus espacios de trabajo; es decir, más del 20 % de las mujeres trabajadoras reconocen algún tipo de violencia laboral en su contra.
Esta encuesta también resalta que ellas se enfrentan a tres principales tipos de violencia: psicológica, física y sexual -esta última es la más común, pues más de 5.7 millones la han vivido-. En este sentido, es preocupante que durante este periodo de tiempo al menos 615,000 mujeres fueron violadas o sufrieron un intento de violación en sus espacios laborales.
El documento analítico Discriminación y violencia laboral contra las mujeres en México. Logros y retos en la legislación laboral en México, realizado por Andrea Medina Rosas y Dafne Peña Vera —pertenecientes a la Red de Mujeres Sindicalistas—, advierte que los avances legales en materia de hostigamiento sexual y laboral han sido profundamente limitados por prejuicios misóginos expresados por los propios legisladores, y que, por otro lado, “las patronales consideran que no tienen la obligación de investigar los casos de discriminación y violencia que suceden en los centros de trabajo. Prácticamente ningún centro de trabajo establece medidas de protección para las mujeres que sufren hostigamiento o acoso sexual, orillándolas a seguir trabajando junto con su agresor”.
Asimismo, aclaran que cuando algún caso llega a la Junta de Conciliación y Arbitraje se busca únicamente investigar a la persona agresora y no la responsabilidad de la patronal para prevenir y no tolerar esta clase de actos.
En este sentido, en el artículo Violencia y desigualdad laboral en México: revisión teórica desde una perspectiva de género, las académicas Yolanda Velázquez Narváez y Dolores Díaz Cabrera resaltan: “Las formas de manifestación de la violencia laboral hacia las mujeres incluyen actitudes y comportamientos hostiles, humillación y discriminación, no solo por parte de personas con jerarquía superior, sino también por parte de sus compañeros, e incluso, subordinados. Si bien, la violencia laboral no es necesariamente una condición de género, a diferencia de los hombres, éstas sufren comúnmente acoso sexual, además de ser víctimas de condiciones laborales desiguales respecto al género masculino, como la percepción de salarios inferiores y ausencia de prestaciones, lo cual indica una situación constante de desventaja”.
Esto clarifica que el daño que sufren las mujeres en sus espacios de trabajo se da de formas múltiples: no solamente se les afecta monetaria o psicológicamente, sino que también son víctimas de acoso, así como de toda clase de violencia ocasionada por el simple hecho de ser mujeres.
Brecha salarial
En su texto, Discriminación salarial por género en México, Jorge Eduardo Mendoza Cota y Karina Jazmín García Bermúdez explican que “la discriminación es un fenómeno en el que un individuo o grupo es tratado de forma desfavorable, a causa de prejuicios, generalmente por pertenecer a una categoría social distinta. Entre los principales tipos de discriminación se encuentran el racismo y la xenofobia, la homofobia […] la diferenciación según el estrato social, la discriminación religiosa y la discriminación a las mujeres”.
En este sentido, es justamente la discriminación por razones de género una de las principales causas de la profunda brecha salarial que existe en nuestro país.
De acuerdo con datos del Instituto Méxicano para la Competitividad (IMCO), la brecha salarial de género en México es de 15.8 por ciento. Esto significa que por cada 100 pesos que recibe un hombre, una mujer percibe 84.
Asimismo, el Índice Global de Brecha de Género 2023 del Foro Económico Mundial señala que, en nuestro país, la disparidad en este ámbito es la segunda condición peor evaluada para las mujeres.
A estas problemáticas es necesario añadirles una mirada interseccional, ya que las condiciones empeoran cuando se trata de mujeres afrodescendientes o indígenas, quienes, para empezar, tienen menos posibilidades de acceder a puestos dentro del mercado laboral formal, a causa de múltiples violencias como el racismo, la discriminación y la misoginia.
Datos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH) 2023 revelaron que quienes hablan alguna lengua indígena perciben un promedio de alrededor de $6,143 pesos mensuales; al desglosar esta cifra con una perspectiva de género se observó que entre ellos el monto medio fue de $7,529 pesos, mientras que para ellas fue de $4,634 pesos.
Es importante tener en cuenta que no se trata de un bache menor, pues la posibilidad de acceder a trabajos y salarios dignos define también el bienestar (emocional, psicológico, económico y físico) en la vida cotidiana de una persona.
¿Y el trabajo de cuidados?
En su libro El patriarcado del salario: Críticas feministas al marxismo, la escritora Silvia Federici señala la doble explotación a la que son sometidas las mujeres: por un lado, el trabajo de la fábrica y, por el otro, el del hogar.
La división sexo genérica, sostenida por estereotipos patriarcales, es la culpable de que las labores de cuidado y del hogar le sean entregadas a las mujeres. De acuerdo con Betty Ávalos, de la Colectiva de Mujeres Rosa Luxemburgo: ”La división injusta del trabajo orilla a las mujeres a tener menos tiempo para ellas, para prepararse o para desenvolverse personalmente. Además, no pueden dedicarle tanto tiempo a su vida profesional como muchas veces quisieran, pues tienen que llegar a casa a cuidar de los hijos, del marido, a hacer la limpieza. Y todo lo que tienen que hacer les produce más estrés, más cansancio y menos oportunidades de crecer laboralmente”.
El hecho de que la mayoría de ellas tomen trabajos de medio tiempo es otra de las razones que ahonda la brecha salarial. Para cumplir con las tareas de casa se ven en la necesidad de acortar sus jornadas en las fábricas u oficinas, lo cual implica una recepción menor de dinero, así como una amplificación de la explotación y la precarización.
En 2023, El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) afirmó que, en nuestro país, las mujeres aportaron 2.6 veces más ingresos que los hombres en trabajo no remunerado. Tan solo en 2022, el valor de las tareas del hogar y de cuidados fue de 7.2 billones de pesos.
Esta información demuestra algo que Silvia Federici ya sostenía en sus documentos filosóficos, y es que el trabajo no remunerado de las mujeres sostiene la producción capitalista. Se trata de una labor que mantiene funcionando todos los engranajes.
Entonces, ¿cuáles son las principales exigencias en materia laboral?
En este contexto de violencia y precarización, y de acuerdo con datos recabados por Equidad de Género: Ciudadanía, Trabajo y Familia A. C, algunas de las demandas esenciales son:
- Guarderías públicas en todas las localidades.
- Inspecciones laborales con perspectiva de género.
- Sanciones a las violaciones de los derechos laborales.
- Acceso a programas de capacitación públicos y gratuitos que permitan mejorar las habilidades y conocimientos técnicos.
- Contratos con todas las prestaciones de ley.
- Libertad sindical para las mujeres trabajadoras.
- Mejores salarios para tener una mejor vida.
- Que el estado, el mercado y los hombres asuman la corresponsabilidad de los trabajos domésticos y de cuidado no remunerados.
De acuerdo con esta organización, es importante que se tomen en cuenta las características estructurales que mantienen a las mujeres en situaciones de desigualdad y vulnerabilidad. Urge que las iniciativas para transformar los espacios laborales tomen en cuenta las diferencias experienciales y contextuales que atraviesan.
Muchas de las propuestas para mejorar la vida de las trabajadoras se sostienen por un modelo donde las mujeres tienen como proyecto de vida ser madres y no contemplan otras posibilidades, lo que es una noción enraizada en la lógica patriarcal, que no permite atender las necesidades reales y actuales de las obreras.
Y aunque se reconoce que hay mayor apertura para que las mujeres accedan a espacios de decisión y responsabilidad, todavía no es suficiente. Si bien es clave implicar a las mujeres en mejores puestos, para abordar la desigualdad de género es necesario que se atienda el trabajo de cuidados no remunerados, una carga extra para las mujeres y una limitación para acceder al mercado laboral formal.
La desigualdad no es tanto la diferencia entre ser mujer u hombre; la desigualdad radica, sobre todo, en el hecho de estar a cargo de otros. El foco de discusión ya no es solo que haya cuotas o iniciativas para fortalecer capacidades de mujeres líderes, sino abordar cuáles y qué recursos tienen ellas para afrontar esa sobrecarga dispar.
Según el Instituto Nacional de las Mujeres, para el año 2019, el promedio de horas dedicadas a la semana a trabajos domésticos y de cuidados no remunerados entre hombres y mujeres fue de 19.4 por parte de los hombres y 50.2 por parte de las mujeres. Por eso es importante comenzar por distribuir equitativamente las labores domésticas y de cuidados, para que, en un primer momento, las mujeres puedan integrarse al mercado laboral, sin dejar de lado la construcción colectiva de ecosistemas de trabajo dignos, libres de violencia y seguros para todas las personas